TIJUANA, Baja California (TorosDeTijuana.com-Armando Esquivel Reynoso) 12 de abril del 2023 – En verano el calor es muy fuerte.
Debió de haber sido una de esas tardes de verano en Santa Rosalía, Baja California Sur.
Quizá tendría unos nueve años.
No me refiero a mí. Yo todavía no nacía.
Escribo de un muy joven Vicente Romo. Tan joven que por esos años el apodo de «Huevo» todavía no se escuchaba por los estadios mexicanos.
Un niño pequeño. Quizá no fuera nueve su edad y era un poco más chico.
Andaría en los ocho o siete años.
Ese era Vicente. El niño.
¿Qué año sería?
1948, 1949 o quizá 1950
Muy pequeño para jugar beisbol, pero no tanto para ir a buscar leña.
En su casa no había piso firme, mucho menos estufa de gas o eléctrica. La cocina se mantenía con la leña y había que ir a buscarla todos los días.
Aquella tarde, de esta su primera historia de beisbol, su padre le había encomendado una tarea, una misión muy importante, una labor que ya conocía y era su manera de contribuir con el hogar familiar.
Además, «Donde manda capitán no gobierna marinero», así que mejor evitar la mala experiencia de ver enojado a su padre.
No era muy complicado.
Salir al monte encontrar leña y regresar a casa.
Casi tres kilómetros de caminata se pasaban en veinte minutos, aunque con el paso de los días, semanas y meses, el combustible para la estufa era más difícil de encontrar y la distancia se hacía cada vez más larga.
No era la primera ocasión en que Vicente hacía este recorrido, pero ese día quedó grabado en su mente y aún lo recuerda «como si hubiera sido ayer».
No llevaba hacha, mucho menos machete, sólo un mecate para hacer de su botín un paquete fácil de transportar en esos casi tres mil metros de regreso a casa.
Lejos estaba todavía aquella mañana fría y perfecta del 5 de enero de 1971. Muy lejos.
Pero aquel día en el monte en busca de leña, dio el primer paso a la perfección.
Mientras se encargaba de su tarea, Vicente escuchó ruido entre la yerba y pronto descubrió que a lo lejos caminaba un pato.
La primera intención fue darle alcance.
Pronto desistió.
No era justa la competencia de alas contra piernas y él estaba en el lado equivocado de la mesa.
En pocos segundos se dio cuenta de que sería imposible atraparlo corriendo, pero se le ocurrió una idea mejor.
Justo a su lado pudo ver una piedra redonda y de la medida de su mano, especial para lo que ahora tenía en mente.
Nunca había jugado beisbol, pero era un buen momento para intentar pasar el primer strike de su carrera.
Así lo intentó.
Tomó el improvisado proyectil y se dio impulso.
No había que cuidarse de corredores en base ni tomar las señales del receptor, mucho menos del cronómetro de lanzamientos. Su único objetivo era pasar la piedra por la zona de strike, que en este caso era un pato posado a lo lejos.
Quizá no estaba tan lejos.
Serían unos veinte metros, la distancia aproximada entre en pentágono y la lomita.
La piedra tomó buena velocidad y dirección. Llegó tan rápido que el objetivo no pudo evitar el impacto, mucho menos emprender el vuelo.
Le dio en la cabeza y, cuando Vicente llegó, el animal hacía sus últimos movimientos.
Lejos de un festejo o la euforia por el golpe tan certero, el resultado del incidente se convirtió en tristeza y miedo.
Como pudo completó su tarea de recolectar leña y rápido regresó a casa, sin dejar de pensar en lo ocurrido.
Caminó sin descanso los casi tres kilómetros hasta llegar a su casa. Un trayecto que le pareció eterno.
Pronto, sus padres se dieron cuenta que algo había ocurrido. La expresión de Vicente era diferente y el niño tuvo que contarles lo que había hecho en el monte.
Su padre escuchó la historia y lo reprendió. Pero el reclamo no fue por lo que había hecho, sino por no haberse traído el botín a casa, así que el pequeño Vicente volvió sobre sus huellas al lugar del incidente y para su fortuna pudo encontrar al pato muerto.
Lo tomó y con él regresó a casa.
«Ve por él», me dijo mi papá. «Son muy buenos esos patos para comer».
Esa noche en la casa de la familia Romo Navarro en Santa Rosalía, Baja California Sur, hubo pato para la cena.
El recuerdo de ese día lo ha seguido a lo largo de siete décadas y no es porque se haya arrepentido de haber matado al pato o porque la cena de aquella noche haya estado muy sabrosa.
Vicente siempre ha ligado ese incidente al beisbol y siente que fue el primer mensaje de que su brazo tenía algo especial.
La piedra de aquel día era redonda como una pelota de beisbol y la distancia era similar o quizá un poquito más amplia de la que hay entre la lomita y el pentágono.
Dio en el blanco como lo hizo por muchos años en México y Estados Unidos, además de varios países del Caribe.
«Yo no sabía que se comían; solo agarré la piedra y le pegué en la cabeza», comentó.
Si algo tuvo Vicente Romo fue control sobre sus lanzamientos.
Muchos años después, Vicente Romo Navarro ya tenía 182 juegos ganados en catorce temporadas de carrera en Liga Mexicana de Beisbol (LMB) y su efectividad de 2.49 es la mejor de todos los tiempos.
Ponchó a mil 857 enemigos.
Sin incluir al pato.
Vicente Romo sigue activo como coach auxiliar de bullpen con Toros de Tijuana.
Hoy el “Huevo” cumple ochenta años.
Felicítelo.
Es una leyenda.
El mejor en nuestro país.
-Te dije que mi primera historia de beisbol no es de beisbol
-Vaya que lo es. ¿Nunca le volviste a tirar a los patos?
-Nunca. Si les tiré ya no les di
-Dicen que los patos le tiran a las escopetas
-Yo les pegué más seguido.