La exposición «Querubines y Santitos. Calaveras y Diablitos» que presenta el Cecut incluye varias máscaras del maestro Felipe Horta Tera.
TIJUANA, B.C.- En el marco de la exposición “Querubines y Santitos, Calaveras y Diablitos. La espiritualidad en el arte popular mexicano”, con la que el Centro Cultural Tijuana, institución de la Secretaría de Cultura, reabrió la galería El Cubo, el maestro mascarero Felipe Horta Tera ofreció una charla en línea sobre su especialidad artesanal.
El maestro mascarero originario de Michoacán habló de los procesos que emplea para producir sus creaciones y de las festividades a las que se encuentran asociadas, durante su charla “Máscaras: tradiciones y celebraciones” que el Cecut transmitió en redes sociales.
Destacó, en primer lugar, el carácter comunitario de la actividad artesanal y su vinculación con antiguas tradiciones manufactureras transmitidas de generación en generación, en este caso, de las máscaras, y las fiestas patronales y festejos tradicionales en las que están presentes, así como de la forma en que cada diseño obedece al motivo de representación de que se trate, según la festividad.
Solo de esa manera, “el danzante, cuando usa la máscara, se transforma y pasa a ser la otra parte del personaje, le da vida y por eso es muy necesario que, además de la máscara, la indumentaria sea acorde con la figura que representa”, explicó el artesano, autor de varias de las máscaras incluidas en “Querubines y Santitos, Calaveras y Diablitos”.
Originario de la comunidad de Tócuaro, en las orillas del lago de Pátzcuaro, donde muchos de sus habitantes elaboran gran variedad de máscaras que son complementos de antiguas danzas tradicionales, el maestro Horta mostró durante su charla el tallado de madera, arte que ha cultivado y perfeccionado a lo largo de los últimos 40 años.
“Esta tradición la heredé de mi padre y la empleamos principalmente para las máscaras que se utilizan en festividades y danzas tradicionales”, aseguró.
Sobre los materiales que emplea en sus creaciones explicó que es madera de copal, que es muy suave, procede de regiones frías y se deja trabajar, y la del árbol de aguacate, “una madera también muy noble”.
Mientras hablaba, el maestro Horta mostró la forma en que acomete la madera, primero con cortes a machete y luego con herramientas y cuchillas más finas, conocidas como gurbias, y cinceles de distintos tamaños; desde luego, las dimensiones de cada máscara se acoplan a los rostros de los portadores, ya que en su mayoría son usadas en las danzas tradicionales que subsisten en Michoacán.
Horta Tera señaló que la mayor parte de sus máscaras se usan en danzas y ejemplificó con las festividades del 2 de febrero, Día de la Candelaria, que en Tócuaro se tiene como una celebración propia, y a los niños se les viste de pastores, quienes bajo la guía del ermitaño, un misionero franciscano, entablan una lucha contra el mal representado por los diablos.
Coloreadas con pintura automotriz que, según explicó, le dan mayor brillo a sus máscaras y permiten que se conserven más tiempo, sus formas “evocan algunas veces la dualidad, e incluso, en algunas de ellas pueden observarse la cara de una mujer y la de un hombre en una sola pieza”, subrayó el artesano.
“También hago máscaras para el carnaval y la representación de la Danza de los Cúrpites, festividad purhépecha de carácter religioso y antigua data, o la Danza de los Viejos Enguangochados de la isla de Jarácuaro o Los Negros de la región de Magdalena Uruapan”, precisó el artesano al señalar que el tiempo que toma elaborar una máscara depende de su complejidad y puede ser desde 24 horas para una sencilla hasta una semana para máscaras más elaboradas.
Y así como el arte de la talla de madera lo aprendió de sus mayores, de la misma forma don Felipe Horta lo ha trasmitido a sus hijos y nietos, labor que también ha divulgado mediante talleres en toda la República y en algunas ciudades de Estados Unidos “buscando que no se pierda la tradición”.
Paralelamente, el mascarero michoacano trabaja “con maestros de folclor que piden muchas máscaras, por ejemplo, de la Danza de los Viejitos, que es muy popular en la región” y en todo el país.
De su incursión en Estados Unidos, el artesano michoacano dijo que impartió talleres en la Universidad de Albuquerque, donde trabajé con 15 o 20 personas y sólo al terminar el taller descubrí que todos eran artistas, escultores y pintores, que respetuosamente reconocieron mi trabajo. También trabajé con artistas de la comunidad afroamericana en Dallas, Texas, sobre el tema de migrantes”.
Durante la charla, el público pudo admirar la colección de máscaras que, gracias al intercambio, ha reunido a lo largo de los años el maestro artesano, entre las cuales hay piezas de las culturas hopi y navajo, de Arizona, de distintos países de África, así como de Indonesia, Japón, India y Colombia.
Por último, dijo que si bien los concursos organizados en la comunidad han favorecido la preservación del tallado de máscaras, es indispensable “difundir este arte entre los jóvenes para que se motiven y no se pierda la tradición”.
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